miércoles, 4 de diciembre de 2013

ARQUITECTURA HELENÍSTICA Y SUS INNOVACIONES.

Por la gran cantidad de ciudades de nueva creación y por los edificios que en ellas y en las ya existentes, griegas o conquistadas, se construyeron, la edad helenística puede considerarse como una de las épocas más florecientes de la arquitectura. Se estima, en efecto, que no hubo localidad de cierta importancia en Asia Menor, como en Egipto, Grecia continental o en las islas, que no poseyese un templo, un mercado, un buleuterion, un gimnasio, impresionantes forti­ficaciones y, si se trataba de una ciudad marítima, un puerto con sus debidas instalaciones. Esto sin contar, además, con el enorme desarrollo que cobraron las más importantes capi­tales de Oriente, como Magnesia, Prieno, Pérgamo, Antio-quía, Alejandría, Efeso y, en las islas, Rodas y Délos.

Y este es precisamente el momento oportuno de abordar el tema de la arquitectura civil, arte constructivo que no ignora­ron los griegos de la época clásica, pero que hasta el siglo IV no conocería un auténtico desarrollo. Las poleis de la edad clásica vivían basándose en una economía preferentemente familiar y en un mercado limitado, como ocurría en la propia Atenas de Pericles; en cambio, los grandes centros helenísti­cos desarrollaron una auténtica industria y su tráfico se de­senvolvió en un plano internacional, por otra parte, de ciuda­des cosmopolitas, cuya heterogénea población aparecía mucho más dividida que en la época clásica por divergencias de cultura, de religión y, sobre todo, demográficas, lo que determinaba una mayor diferenciación de costumbres entre las clases dominantes y las clases populares.

Registremos, en primer lugar, el hecho de que, como en los restantes campos de la actividad humana, también en la es­fera constructiva aparece ahora el concepto de la especialización. La necesaria división de misiones que imponían cons­trucciones de mayor complejidad y volumen determinó la desaparición de la polifacética figura del «arquitecto-inge­niero-escultor» de la época clásica. Por otra parte, la funda­ción de nuevas ciudades y la reestructuración de las ya exis­tentes provocó el planteamiento y difusión de los problemas de urbanización. Un gran precursor en este aspecto fue Hipódamo de Mileto, a quien Pericles confió el trazado de El Pireo. No se tienen, sin embargo, muchas noticas de Hipó-damo. filósofo y arquitecto al que también se atribuye el trazado de Rodas (—408 7 aproximadamente). Sabemos, no obstante, por Aristóteles, que sus teorías urbanísticas esta­ban inspiradas en conceptos políticos y filosóficos y que fue el primer arquitecto que se planteó el problema de la «ciudad ideal».

El eco de Hipódamo resuena en la mayor parte de las ciudades helenísticas, concebidas como gigantescos table­ros de ajedrez con las calles perfectamente rectilíneas. El esquema más sencillo, según el historiador Polibio de Megalopolis (-201-120), debió parecerse al del campamento ro­mano (dos calles principales cruzadas en ángulo recto divi­diendo la ciudad en cuatro barrios, compuestos de un nú­mero variable de manzanas, y cuatro puertas de acceso a la ciudad en correspondencia con las arterias principales). Por otra parte, en la adaptación de este esquema a la naturaleza del lugar escogido o a los núcleos urbanos ya existentes, fue precisamente donde se puso de manifiesto el ingenio y la modernidad de concepción de los urbanistas del período helenístico. Alejandría, por ejemplo, gozó probablemente de una planimetría basada en el tipo indicado por Polibio del mismo modo tal vez que Seleucia en el Tigris y Antigonia en Bitinia.

En cambio, en Mileto  el urbanismo parece que tendía a brindar un mayor relieve a los edificios públicos, mientras que en Esmima, que se extendía en semicírculo en torno de una colina, el complejo urbano se dividía en tres bloques diferentes y dependientes entre sí.
Délos debió brindar una sagaz división en barrios comerciales -construidos junto al puerto-, zona de los templos y barrio residencial. También el tipo de vivienda privada de la época clásica (varias habitacio­nes en torno a un patio central) evolucionó hasta alcanzar el lujoso aspecto que veremos en la helenística Pompeya. Más espléndidos todavía debieron ser los palacios de Alejandría, Antioquía, Siracusa y Pérgamo.
Sabemos, por ejemplo, que los de Alejandría aparecían rodeados de amplios jardines y con una serie de habitaciones, salones de recepción y patios circundados de pórticos o peristilos, magníficamente cons­truidos y decorados. Los salones, a menudo en número de tres, incluso en las casas burguesas, ostentaban aLtas colum­nas rematadas con capiteles corintios o aparecían divididos en naves, a la manera egipcia. En los lugares donde no se podía emplear el mármol por falta de canteras, se pintaban los muros imitándolo. Detalle importante y casi ignorado en la Atenas de Pericles era que casi todas las casas burguesas contaban con servicios higiénicos y que las ciudades de re­ciente construcción estaban dotadas, aunque fuese rudimen­tariamente, de alcantarillas, letrinas y baños públicos, así como de acueductos.

Pero veamos ahora cuáles eran los edificios básicos de estas ciudades, tan semejantes a las nuestras en ciertos as­pectos. Los templos no constituyen ya su único aspecto mo­numental, y ahora cobran especial importancia los edificios públicos, que se erigen en torno del ágora, a la que se llega a través de grandiosos propileos. En Priene, Pérgamo y Mag­nesia, las plazas, cuadradas, aparecían rodeadas de vastos pórticos bajo los que se abrían los locales destinados a tien­das y almacenes. Los pórticos, que en la época clásica sóic habían logrado alcanzar un mediocre desarrollo, constituyeron quizá uno de los elementos más característicos de la edifica­ción helenística, distinguiéndose varios tipos y con distinta finalidad.

Existían soportales adosados a almacenes, pórticos abiertos por ambos lados, otros, como el Pórtico de los Toros en Delos, de 125 m. de largo, de exclusiva finalidad sagrada, y otros de dos pisos, aéreos y ligeros, corno el construido por Sóstrato de Cnido, el arquitecto del faro de Alejandría. En la mayoría de los casos, estos pórticos pueden compararse a las «logias de los mercaderes» de las ciudades medievales: simples lugares de reunión y de paseo, donde se chismorreba o se hablaba de negocios, y que evocan perfectamente el espíritu de estas ciudades populosas", en las que la vida se desenvolvía sobre todo en la calle. Junto al mercado se encontraba el «matadero», cuyo mejor ejemplo se nos brinda en Pompeya: un patio vallado en medio del cual se alza un pequeño edificio díptero o monóptero destinado a este fin.

Inexcusables adornos de las ágoras eran también los relojes de agua o de sol, que señalaban asimismo la dirección o los vientos. El reloj de Andrónico o Torre de los Vientos, de Atenas , constituye uno de los ejemplos más destacados de este tipo.
Como justamente han puesto de relieve algunos investigadores, en los tres siglos que transcurren desde la muerte d Alejandro Magno hasta la batalla de Actium, fecha por la que se inicia la fase imperialista de Roma, la arquitectura no crea, en verdad, nada nuevo y sólo se dedica a perfeccionar los tipos preexistentes, pero con una libertad inventiva y un sentido práctico tales, que se bastan, por sí solos, para demostrar la gran vitalidad constructiva de este período. Por lo demás también puede registrarse esta ausencia de auténticas innovaciones en el campo de la técnica de la construcción, ya que el arquitrabe y la columna, elementos básicos de la arquitectura clásica, perduran como tales en la época helenística.

De todos modos, en algunos casos -construcción de cisternas, puertas de murallas, cámaras funerarias ...- los arquitectos, acusando el influjo de la técnica constructiva oriental, em­plean el arco y la bóveda de cañón, elementos desconocidos por los constructores de las épocas arcaica y clásica. Seña­lemos como ejemplos grandiosos en este sentido la puerta en arco del ágora de Priene y la bóveda de cañón de la escalinata del gimnasio de Pérgamo. Por otra parte, todos los edificios civiles se diferencian por la diversa articulación de las partes abiertas, peristilos o patios rodeados de pórticos, con las cerradas, cuyas dimensiones variaban en armonía con su destino.
Incluso construcciones nuevas, como las bibliotecas (famosas eran las de Pérgamo y Alejandría), se atienen a este esquema. La biblioteca de Pérgamo, por ejemplo, constaba de cuatro salas con columnas, una de ellas más amplia, uni­das entre sí por un amplio peristilo. El buleuterion de Olimpia, del siglo VI, constituye uno de los primeros ejemplos de aquellos palacios gubernativos que nunca faltaban en las ciudades helenísticas y en cuyo tipo se inspirarían incluso las residencias comerciales y las «bolsas» de ciudades mercanti­les como Délos.
Otros edificios, ya existentes en el siglo IV y perfeccionados ahora eran los gimnasios, que constaban de un recinto para los ejercicios gimnásticos y de locales cerrados destinados a la enseñanza teórica, así como los albergues, entre los que destacaban el Leonidaion de Olimpia (siglo IV) y el Epidauro (siglos IV y III).

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